jueves, 28 de junio de 2007

Una película entrañable: "El violín"

Cuando me fui al cine a ver El violín (dir. Francisco Vargas, México, 2005), esperaba encontrarme la trillada película de denuncia sobre las violaciones a los derechos humanos en México. Digo trillada no por desestimar la situación de los derechos humanos en mi país, sino porque la denuncia se ha vuelto lugar común no sólo de ciertos políticos que hacen del asunto bandera para atraerse votos, sino de ciertos intelectuales y artistas a quienes la denuncia sirve de pose para darse ínfulas de críticos y bienhechores de la humanidad. En cambio, me sorprendió una película que, sin renunciar a la exposición de situaciones incómodas para el poder, no se hunde en la propaganda izquierdoide y privilegia la estética. Desde las sencillas, pero efectivas actuaciones de los personajes, en especial la del entrañable don Ángel Tavira como el abuelo violinista, hasta la fotografía que recuerda las imágenes épicas de Kurosawa (Barbarroja, La fortaleza escondida, etc.), pasando por los valores que propone (la lucha por la dignidad, la tradición oral como vínculo familiar y social, la música como horma y arte escurridizo para el prepotente*, la solidaridad), El violín es una película que indudablemente marcará un hito en la historia de la cinematografía mexicana y quizá hasta se convierta en un clásico del cine contemporáneo.



(* De particular humorismo, para quienes estamos en esto del violinismo primario, son los desastrosos intentos del capitán militar por tocar el violín, moviendo el arco de forma prácticamente paralela a las cuerdas. Hasta los neófitos saben que el correcto movimiento es con el arco perpendicular respecto de las cuerdas.)

miércoles, 20 de junio de 2007

¡A quién se le ocurre! El caso de Joshua Bell

No tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre, dice el sabio refrán mexicano que bien se le puede aplicar al virtuoso Joshua Bell (39 años, soltero inveterado, atractivo a morir para las jóvenes). Sólo al diario The Washington Post se le ocurrió hacer un experimento ocioso: poner a uno de los mejores violinistas del mundo a tocar in cognito dentro de una estación del metro de la capital estadounidense, el viernes 12 de enero (2007) a las ocho de la mañana. La hora en que la gente, burócratas federales en su mayoría en la estación donde se realizó el experimento, andan a las carreras para llegar a su trabajo. Y sólo Joshua Bell fue lo bastante ingenuo para consentir ser utilizado para el ocioso experimento del diario estadounidense, que pretendía demostrar si el peatón promedio tiene la sensibilidad suficiente para quedarse a escuchar obras maestras de la música o simplemente, tal como ocurrió, se sigue de largo. Si algo demostró el experimento es que si el arte es sublime, por otra parte –como dijera Oscar Wilde– es absolutamente inútil a la hora de checar tarjeta. La gente que va a su trabajo se sigue de largo, sin importar que le pongan al paso a uno de los mejores violinistas del mundo, sin importar que haga cantar a un Stradivarius valuado en algo así como cuatro millones de dólares, y sin importar que dé vida a las obras maestras de la música clásica. Todo tiene un tiempo, sentencia la Biblia. Hay un tiempo para reír y otro para llorar, hay un tiempo para leer The Washington Post y otro para desayunar Corn Flakes, hay un tiempo para checar tarjeta y otro para ¡escuchar a Joshua Bell tocar gratis! Ciertamente, cualquier connaisseur diría que debe ser muy, pero rematadamente muy estúpido el que pase de largo ante uno de los mejores violinistas del mundo dando un recital gratis en un sitio público. Total, siempre se tiene la formidable excusa para explicarle al jefe ceñudo, rescisión contractual en mano, que si uno llegó dos horas tarde al trabajo es que se quedó oyendo el concierto de Joshua Bell en el metro. Sí, Joshua Bell, el que a los 14 interpretaba los solos de la Orquesta Sinfónica de Filadelfia bajo la batuta del gran Riccardo Muti, el que nos embelesó con la música de El violín rojo, el que se ganó un Grammy, pues. El caso es que no todos conocen al Sr. Bell, y de hecho prácticamente nadie lo reconoció, excepto –según el Post– un burócrata que le dio 20 dólares. ¡Una veintena de dólares para un violinista de cuyos conciertos los boletos se cotizan en cientos de dólares! (Nota aparte, el improvisado recital le redituó a Joshua Bell 37.12 dólares, sin contar los veinte mencionados. Sí, la gente le echó centavos como quien da dinero a un limosnero.) Cierto es que Joshua Bell estaba “disfrazado” de violinista callejero, de músico pedigüeño, con sus jeans, una sudadera y gorra, pero la hipótesis del experimento iba en torno a si, independientemente de la facha del artífice, el arte es en sí tan sublime que debería conmover a las masas. ¡Claro!, así como Jean Baptiste Grenouille conmovió a la chusma y escapó a su ejecución merced al arte de la perfumería, así un Guernica debería detener masacres o Joshua Bell aglomerar a las masas de burócratas a su alrededor. Pero no fue así. El virtuoso, por otra parte súper atractivo para las chicas, Joshua Bell tocó y tocó su violín, y prácticamente nadie lo tomó en cuenta. El caso ha escandalizado a los melómanos alrededor del mundo, aunque uno se pregunta cuántos de esos mismos melómanos no hubieran hecho lo mismo de no tener conocimiento de que ese muchacho zarrapastroso que andaba tocando el violín en el metro era uno de los mejores violinistas del mundo. En otras palabra, ¿es el arte en verdad sublime por sí mismo o somos tan vulgares que necesitamos el lugar, la publicidad, la parafernalia mediática toda para entregarnos obsequiosos a la cultura? “Conclusiones” que se derivan del sesudo experimento: 1) en general, los usuarios cotidianos de la estación Enfant (en donde se realizó el de marras) son una runfla de ignorantes sin la menor sensibilidad artística, sin importar cuán atractivo, carismático o virtuoso fue el artista que se les presentó; 2) tocar el violín en ciertas estaciones del metro de E.U. es redituable, por lástima, siempre y cuando se trate de uno de los mejores violinistas del mundo; 3) algunos medios de comunicación de E.U. tienen el suficiente poder para someter a la crema y nata de la cultura a sus tontos experimentos, y 4) al Brad Pitt de la música clásica le fallaron las decenas de fanáticas admiradoras que lo acosan al final de cada concierto. Mejor suerte, creemos, hubiera corrido Joshua Bell de presentarse un día feriado en una plaza o parque público. Pero igual, sin menospreciar el innegable talento de Joshua Bell, quizá mejor suerte habrían tenido las chicas de Bond.

viernes, 15 de junio de 2007

No precisamente un Stradivarius

Si el viejo refrán advierte "crea fama y échate a dormir", tal sentencia igual puede aplicarse a los instrumentos musicales. Pero la fama puede inducir a errores cuando no se tiene la información completa. Así le sucedió a un señor en la ciudad de Guadalajara, Jal. (México), quien entró a una tienda de artículos musicales a preguntar por el precio de un violín, y cuando vio el modelo de que se trataba, pensó que estaba ante una obra maestra de la artesanía. No resistió la tentación, y le preguntó al vendedor si el violín que le mostraba era un Stradivarius auténtico. Por supuesto, un instrumento que se vende en una plaza comercial, a un precio de 4 000 pesos mexicanos (aproximadamente $400.00 U.S.) no puede ser, de ninguna manera, un Stradivarius genuino. Como muchos saben, Antonio Stradivari fue un artesano italiano del siglo XVII, famoso por la extraordinaria calidad de los instrumentos que creó, de los cuales sólo sobreviven actualmente unos 700 que se cotizan en precios millonarios. Entonces, ¿por qué hay tantos instrumentos que tienen una marca de modelo Stradivarius? La razón es que a lo largo de los siglos diversos artesanos europeos han seguido las enseñanzas de Stradivari en la manufactura de instrumentos de cuerda. Así, cuando uno se encuentra un violín con la marca "model Stradivarius", significa que se hizo siguiendo los cánones de una antigua escuela de manufactureros o luthiers, pero no que se trate de un genuino Strad. Este es el caso del violín que se vendía en aquella tienda de Guadalajara. Por cierto, un 4/4 manufacturado por la fábrica Strunal, con sede en la ciudad checa de Luby. Una industria manufacturera que, decía en el violín, opera desde 1640. Así es, yo tampoco resistí la tentación de echarle un ojo.

miércoles, 13 de junio de 2007

¡Tocar violín rejuvenece!

Comprobado no con exhaustivas pruebas científicas, sino por experiencia propia. En verdad os decimos que tocar el violín rejuvenece. No sabemos al momento de redactar este aviso si se trata de un efecto similar al de los cristales de agua que se muestran en la película Mensajes ocultos en el agua o en la polémica ¿Y tú qué... @%#& sabes?, en las que palabras "positivas", amorosas, etc., así como melodías clásicas, tienen el efecto de crear hermosas figuras geométricas, con la posibilidad de mejorar la psicofisiología de los individuos, pero desde que nos iniciamos en el intrincado arte del violín, ya va por lo menos una vez que nos piden identificación oficial para entrar a ver películas de adultos, cuando nunca antes nos la habían solicitado ni en nuestros años más mozos, y son varios los conocidos que al abordarnos en la calle nos dicen "¿cómo le haces para verte tan joven?" No han de faltar (disculpen la especulación) los envidiosos que nos atribuyen pactos con potencias satánicas a lo Dorian Grey, aunque podrían atinarle porque, mientras nosotros nos conservamos juveniles y contentos, otros se arrugan y se amargan cada vez más. Así que, ya lo saben, si desean conservarse jóvenes y bellos, acompañen sus frutas y verduras con una buena melodía de violín.

miércoles, 6 de junio de 2007

De haber sabido...

Una anécdota que se cuenta por ahí (yo la leí en algún boletín de Radio Universidad, de San Luis Potosí) narra que en alguna ocasión un director de orquesta muy famoso, creo que Leonard Bernstein, le prestó la batuta a un melómano que había asistido a un concierto. Le dejó dirigir la orquesta en una piececita sencilla. Al final, el melómano le dijo al director algo así como "oh, esto de mover la varita es bien sencillo". A lo que el director respondió "pero por favor no se lo diga a nadie". La anécdota ilustra la imagen que se forma mucha gente acerca de la música. Cuando uno la escucha y comienza a silbarla, parece cosa fácil. Cuando vemos a los ejecutantes de la orquesta, es tal la gracia y agilidad con que tocan sus instrumentos, que parece fácil. La verdad, para quien se ha metido en esto de tocar el violín, no es tan sencillo como parece. Y la cosa se complica conforme se desarrolla. Cuando se comienza a aprender y conforme se van dominando las lecciones, paradójicamente se llega a pensar que no es tan difícil como se pensó en principio. Pero los nuevos retos nos traen de regreso a la convicción de que nos hemos metido en una buena. Como un crescendo de dificultades. Así, no faltan los que se desaniman, los que se quedan en el camino, los que más pronto que tarde abandonan sus sueños de violinista. Recuerdo, por ejemplo, a un señor de 70 años que una tarde llegó al lugar donde tomo lecciones. Nuestro profesor, quien toca la viola en una orquesta de cámara local, le preguntó por qué quería aprender a tocar el violín. El señor respondió que el pasado fin de semana había mirado en tv un programa en el que un violinista tocó La leyenda del beso, y que la había tocado tan, pero tan conmovedoramente, que le dieron ganas de aprender. O sea que se le hizo fácil esto de tocar el violín. Lamentablemente, el señor tenía un handicap terrible: padecía artritis. Y ustedes saben bien qué implica la artritis para un violinista, para quien la precisa y ágil digitación es imprescindible para tocar las notas, además de que la posición misma en que se toma el instrumento puede ser una tortura para los principiantes, con eso de que se jalan y retuercen las articulaciones de codo, hombro y muñeca izquierdas. No sólo fue la cuestión de la artritis. Como él mismo dijo, llegó "en ceros" a su primera (y última) lección de violín. Apenas comenzaron las advertencias de que iba a tener que aprender teoría musical y apenas lo pusieron a tocar cuerdas al aire, dijo: "la verdad yo no sabía que fuera tan difícil". Alguien le comentó: "Ya se embarcó", a lo que respondió con una sonrisa campechana: "¡Pues me desembarco!" Y no volvió. Y de la misma manera, tampoco han regresado varios compañeros que llegaron pensando que "esto de mover el arquito" era cosa fácil. Bueno, hasta nuestro profesor nos ha comentado que en sus inicios como estudiante él mismo llegó a pensar varias veces en renunciar. Y que incluso ahora que ya toca profesionalmente, y que estudia todavía técnicas de perfeccionamiento, en más de una ocasión se ha dicho "de haber sabido en la que me iba a meter, mejor ni me meto". Moraleja: para meterse en esto del violín, entre otras cualidades, hay que tener voluntad firme.

lunes, 4 de junio de 2007

Partituras para violinistas principiantes

Parecen sin fin las dificultades que enfrenta el violinista en un país tercermundista y particularmente en una ciudad atrasada como San Luis Potosí, en la que no abundan precisamente ni los profesores ni los lugares en los que se imparten clases de violín. Para acabarla de amolar, no hay suficientes casas que vendan instrumentos y demás artículos musicales y mucho menos librerías en que se consigan partituras. Bueno, apenas hay librerías en esta santa ciudad, y las pocas que hay concentran sus ofertas en códigos da vinci y superación personal. A veces, uno que otro clásico de la literatura. Así las cosas, uno acaba recurriendo a la red de redes para solventar la abrumadora carencia de literatura musical. Un sitio que en particular me agrada por diversidad, precios accesibles y velocidad de entrega (en el caso de envíos exprés) es http://www.sheetmusicplus.com/, el cual recomendaría ampliamente al que me preguntara.

¡Me han estafado!

Uno se compra su violín. Llega a la casa y lo primero que desea es empezar a tocar el instrumento a tontas y locas, sin saber nada de teoría musical. Lo único que se quiere es escuchar ese inefable sonido del arco sobre una cuerda y luego sobre otra y la otra y la última. Quizá y hasta descubrimos que somos músicos natos y solas salen las notas de una melodía inédita. Si el instrumento viene con las cuerdas en una bolsita, estas se extraen y colocan en el instrumento como Dios nos dé a entender; si el instrumento ya viene armado con sus cuerdas, como fue el caso del violín chino que adquirí, sólo se tensan un poco con la esperanza de atinarle a la afinación adecuada. Luego, se tensa un poco la crin del arco y ¡voilá! ¡Nada!
¡Oh, no! ¡Me estafaron con un violín que no suena! (Ja, ja, ja.) La verdad es que ese es el error del principiante ignaro. No saber que esa sustancia dura, amarillenta o café, no es para darle lustre al violín, sino para que la crin del arco friccione las cuerdas y se produzcan los sonidos, el canto del violín. Hay que frotar la brea (o resina) sobre la crin, tal cual viene en su cajita. Nada de calentarla, sólo hay que frotar la crin una y otra vez sobre la brea, durante varios minutos, hasta que por fin suenen nuestras primeras notas; desafinadas, violentas, ansiosas. Ahora nomás hay que aprender a tocar.

El primer violín

La primera dificultad que se enfrenta al momento de convertirse en violinista principiante es la del instrumento mismo. ¿Cuál compro? ¿Un 1/2 un 3/4 o un 4/4? Por supuesto, depende de la edad y la complexión física de cada quien. Pero, en general, los violines 4/4 son para gente desde 15 años, los 3/4 para niños de aproximadamente 11 años y el resto para los más jovenzuelos. Si tienen alguna duda acerca de qué medida adquirir, lo mejor es acudir a la tienda y probar cuál les acomoda más. La segunda dificultad tiene que ver con la calidad misma del instrumento. En esto hay diferencias. Hay quien opina que para el principiante es adecuado, digamos, un violín chino baratón, por aquello de para qué compras un Stradivarius si al rato vas a dejarlo morir de abandono en el sótano. Otros, au contraire, piensan que desde el principio se requiere el sacrificio de obtener el mejor violín posible, siempre en la medida de las posibilidades económicas de cada quien. El argumento: un buen violín da mejor sonido, independientemente de quien lo toque, y el alumno se motiva más escuchando las notas en un buen violín que en uno corriente. Mi experiencia fue la de echando a perder se aprende. Acudí a una tienda en la ciudad donde vivo, y compré un instrumento término medio, económicamente hablando (unos $ 120 U.S. aproximadamente). Nada caro, pero tampoco el de menor precio, que por acá andan en cuatrocientos pesos mexicanos o cuarenta dólares de EU. El violín es chino. Cuando acudí a mi clase, el profesor me dijo que era corrientón, pero me dio un buen consejo: cambiarle esas cuerdas de alambre con que suelen venir los violines chinos, por unas de mejor calidad. Compré unas cuerdas Supersentitive, y la verdad es que el violín mejoró notablemente su sonoridad. Hasta mi profesor cambió de opinión. Ahora, mis notas desafinadas suenan mejor que nunca.

La mejor edad

¿Cuál es la mejor edad para iniciarse en el violín? En esto, al parecer no hay un consenso claro. Aunque muchos son de la opinión de que es mejor iniciarse desde muy joven (en Japón les enseñan casi desde los dos años), hay quien opina que la mejor edad es aquella cuando uno se decide por propia convicción, no cuando a uno lo ponen a aprender el violín a fuerzas. Por supuesto, para uno que como yo se inicia en el violín ya pasados los 30, parece una mejor opción empezar más joven porque el instrumento requiere tiempo para dominarlo y, sobre todo, mucha dedicación. Hace unos diez años me dio por tocar el violín y hasta comencé a ver instrumentos y precios. No lo compré en ese entonces, y así se me pasó el tiempo entre trabajos esclavizantes (en uno llegaba a la casa a las tres de la mañana) y franca desidia personal. Finalmente adquirí un violín en septiembre del año pasado (2006) e inicié clases en enero. Ya en la trinchera, me arrepiento de no haber tomado la decisión hace un decenio. ¡La de piezas que tocaría ahora!

Violinista en el blog

Este blog se creó para el intercambio de información entre aficionados al violín. Sean bienvenidos todos aquellos que deseen compartir sus experiencias, sus anécdotas, sus errores de principiante, sus bochornos por no poder sacar un solo la al aire como Dios manda, por no saber al principio para qué rayos servía la brea amarillenta esa que venía en el estuche de su instrumento, por no saber qué es un pizzicato o un stacatto, pero también, el gozo inefable de tocar por primera vez, aunque sea los primeros compases de La cucaracha.